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Beata Sor
Ana de los Ángeles Monteagudo
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Con el
tiempo llega a ser Maestra de novicias y Priora.
Acomete con energía la reforma del monasterio.
Amonesta y corrige, anima y promueve. Además de las
profesas, habitaban por esa época en el monasterio
cerca de 300 personas, no todas imbuidas del deseo
de perfección. La obra de Ana de los Ángeles chocó
con oposiciones tenaces. Sor Ana atendió asimismo,
abnegada y heroicamente, a las víctimas de una peste
que azotó Arequipa. Tuvo altísima oración, esmerada
perfección en las virtudes propias de la vida
religiosa, serenidad y paciencia en los
sufrimientos. |
Los
últimos años de su vida se asemejaron a la Pasión de
Jesús. Fueron casi diez años de constantes
enfermedades, que iban debilitando sus fuerzas.
Estuvo postrada en cama durante todo este tiempo,
privada de la vista, con dolor de hígado, males en
los riñones y vesícula, y un sudor continuo que le
empapaba todas sus ropas. En esas circunstancias
vino a ser para todas las monjas del monasterio un
constante modelo de paciencia y aceptación de la
voluntad de Dios. Sabía que sus dolores eran gratos
a Jesús y que le serían premiados con la corona de
la gloria eterna. Ofrecía todos sus achaques en
reparación de sus pecados y pidiendo siempre por las
almas del purgatorio. En toda su larga enfermedad
nunca ocasionó molestias a quienes la cuidaban; se
lamentaba más bien de que por su culpa sufrían los
demás. Cuando su enfermedad se agravó, pedía
confesarse a menudo y recibía la Sagrada Comunión
todos los días. El Señor, entretanto, confortaba su
alma con gracias extraordinarias, de las que nunca
se vanaglorió, aceptándolas siempre con grandísima
humildad. |
Su vida
transcurrió entre la oración, el arduo trabajo
apostólico, la serenidad y paciencia en los
sufrimientos. Falleció el 10 de enero de 1686. Fue
beatificada en Arequipa por el Papa Juan Pablo II en
1985. |
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